Pocas cosas tengo tan claras como que necesito un yo digital, al menos uno sino varios. Que lo necesito yo y todos y cada uno de los homo sapiens mortales. Y que este Yo digital debe ir conmigo, será móvil, y me mantendrá en contacto con el resto de la comunidad digital. Ya no concibo que para entrar al entorno virtual deba sentarme enfrente de un ordenador en un punto concreto. Además será un repositorio de mi memoria, fuertemente basado en imágenes, fotos y videos, y servirá además como mi legado digital. Mis bisnietos seguramente en alguna crisis existencial volverán a periodo de entre siglos XX y XXI para ver como se comportaba y que pinta tenía aquel que les lego un 15 % de su genoma.
Dicho esto tengo dificultades a la hora de relacionarme digitalmente como a mí me gustaría hacerlo. Porque también tengo claro que la globalización es buena e inevitable, y que el foco de atención va de los grandes medios y portales a los entes digitales individuales. Y que me fiaré cada vez más basándome en la reputación que perciba de ellos. Pero actualmente, y a pesar de los cambios del buscador de google, echo en falta dos parámetros fundamentales en los buscadores. La búsqueda por reputación además de la búsqueda por emoción (pero esto es otra historia). Ante todo necesito gestionar la reputación, la mía y de otros entes digitales para conseguir esta confianza. En realidad mi yo digital está ciego y vaga por el entorno virtual a veces como el caso del hombre sin memoria, Henry Molaison.
En 1953 al paciente H.M se le operó un parte del lóbulo temporal que contenía el hipocampo. El objeto de esta arriesgada operación experimental consistía en erradicarle los ataques de epilepsia que sufría desde un accidente de bicicleta. Los ataques de epilepsia desaparecieron y como efecto colateral ya no pudo volver a formar nuevas memorias. Es decir H.M gozó de buena salud, recordó lo anterior a la operación, fue capaz de aprender nuevas capacidades, por ejemplo motoras, pero nunca fue capaz de recordar a las enfermeras que le trataban a diario. Murió en 2008 a los 82 años y gracias a su caso quedó demostrado que las existen distintas memorias y que se ubican en substratos anatómicos diferentes. Para más información ver: El caso de H.M. Una vida sin recuerdos
Voy a interesarme más en su caso a ver si resuelvo el mío, porque me cuesta cada vez más formarme una opinión de los distintos entes digitales con los que interactúo. En la vida real tengo mis problemas de memoria que los resuelvo intuitivamente pero me consta que en el mundo virtual debo de buscar algo parecido, y hasta que no se invente el hipocampo digital tendré que agudizar el ingenio o vivir como el Sr H.M.
Me apasiona este concepto de «yo digital» y todo el universo paralelo que comporta.
Gracias por tus reflexiones me resultan muy estimulantes.
Forward-thinking